Que ver este mes
Hay un momento en el año en que el silencio del verano se rompe.
Las primeras lluvias golpean la tierra seca, los arroyos despiertan, y el aire huele a monte húmedo.
Así empieza el otoño en el Parque Nacional de Cabañeros, uno de esos lugares donde la naturaleza parece tomar aliento después del largo estío.
Los días se acortan.
Las noches refrescan.
Y si te acercas a recorrer sus parajes, verás cómo todo cambia.
Los arroyos del Brezoso y los Pescados, dormidos durante meses, vuelven a correr con calma.
Los ríos Estena y Bullaque retoman su pulso y devuelven vida a las riberas.
Por los montes de Toledo, el murmullo del agua vuelve a colarse entre jaras y encinas, regalando esa banda sonora tan propia del otoño manchego.
Y entre esos paisajes, se esconden rincones que en esta época se vuelven mágicos:
la Chorrera de Horcajo de los Montes, o la Chorrera Chica, en pleno Macizo del Rocigalgo.
Pequeños saltos de agua donde el sonido del chorro se mezcla con el canto de las aves y el rumor de las hojas.
En otoño, el monte se viste de colores nuevos.
Los madroños lucen sus frutos rojos, los espinos y zarzas cargan de bayas los senderos, y las encinas dejan caer sus bellotas, tan buscadas por ciervos, jabalíes y grullas.
Los quejigos y robles de las sierras altas empiezan a perder la hoja, mientras las cornicabras pintan el paisaje de tonos ocres y rojizos.
Y cuando las brumas bajan por la Raña, todo se vuelve casi irreal, como un cuadro que cambia con cada rayo de sol.
Pero si hay algo que marca el comienzo del otoño en Cabañeros, es la Berrea.
Las primeras lluvias de septiembre despiertan el instinto de los ciervos, y los montes se llenan de bramidos que resuenan en los valles durante horas.
Escuchar ese sonido salvaje, al amanecer o al caer la tarde, es una de esas experiencias que se quedan grabadas para siempre.
Puedes vivirla en una ruta 4x4 o caminando por los senderos abiertos, siempre con la emoción de ver a los machos imponiéndose en su ritual ancestral.
Y no todo son ciervos.
El cielo de Cabañeros es un espectáculo aparte.
Durante estos meses, águilas reales e imperiales, buitres leonados y el majestuoso buitre negro —que aquí tiene una de las mayores colonias del mundo— sobrevuelan la zona.
En los arroyos, el martín pescador destella con su azul metálico, mientras las garzas reales buscan alimento en los humedales.
Y cuando llega noviembre, las grullas comunes aterrizan desde el norte de Europa, llenando el aire con su característico trompeteo.
Verlas al atardecer, en los dormideros del embalse de Torre de Abraham, es sencillamente impresionante. Miles de ellas juntas, formando una coreografía perfecta sobre las llanuras de Pueblo Nuevo del Bullaque.
Y claro, el otoño también huele… a setas.
Tras las lluvias, los montes rebosan de níscalos, boletus, amanitas o macrolepiotas, que brotan entre la hojarasca y los tocones.
Los vecinos de los pueblos cercanos lo saben bien, y salen con sus cestas a buscar ese tesoro del monte que luego acaba en los fogones.
En los restaurantes de Horcajo de los Montes, Navas de Estena o Pueblo Nuevo del Bullaque, los platos otoñales se llenan de sabor: guisos, revueltos y carnes acompañadas de estas delicias silvestres.
Una experiencia para disfrutar con calma, después de un día de paseo por el parque.
El otoño en Cabañeros no dura mucho.
Son solo unas semanas en las que el parque se transforma, antes de que el invierno lo vuelva a adormecer.
Pero esos días… son un regalo.
Te animamos a vivirlos.
A recorrer sus caminos a pie, en bicicleta o con un guía-intérprete en las rutas 4x4.
A respirar ese aire limpio y a dejarte envolver por la belleza efímera de este espacio natural único.
Porque si hay un lugar donde el otoño se siente de verdad, ese es Cabañeros.